El problema de fijarse sólo en los extremos.
En mi opinión, el
mayor peligro que tiene el acoso escolar, también conocido por "bullying", es que
todos aquellos casos considerados “menos graves”, consciente o
inconscientemente, nos lleguen a pasar
desapercibidos. Sin embargo, sería casi un delito que los casos más extremos o
tristemente “espectaculares” le pasaran desapercibidos hoy día a algún maestro,
porque siempre suelen ir acompañados de una reiteración e incluso crueldad difícil
de ocultar. En estas situaciones se suelen tomar medidas rápidamente desde la
institución escolar, con la intervención de maestros, orientadores, equipo
psicopedagógico, etc., siempre con la necesaria colaboración e implicación de
las familias. Por supuesto también, aunque no sea lo más deseable, a veces no hay más remedio que tomar medidas disciplinarias importantes, de acuerdo con el reglamento de régimen interno del centro, pero respetando siempre, tal y como dice la ley, los derechos establecidos en la Convención de los Derechos del Niño; y esto es algo que no podemos dejar de respetar.
Pero las cosas no son sólo blancas o negras, llenas o
vacías; hay muchos grises, muchos términos medios entre nuestros alumnos e
hijos, que también les pueden conducir al fracaso escolar y a importantes
problemas de madurez y estabilidad emocional si no los atajamos adecuadamente.
La importancia de observar a nuestros alumnos dentro y fuera
de clase.
En clase no debería escapársenos ninguna situación
repetitiva de rechazo o acoso entre los alumnos. Por otro lado, si estamos en
el patio vigilando o cuidando a los niños en el tiempo de recreo, aunque nos
evadiéramos más de la cuenta (durante una conversación con otro maestro u otro
profesional del centro), una pelea, una paliza a un niño o una discusión a
gritos van a llamar nuestra atención sí o sí. Pero los pequeños y continuos desprecios
hacia algunos niños, las miradas de rechazo y alguna “colleja” o patada que
otra, aplicada con disimulo por otros “niños”,
que saben que les están vigilando, pueden resultar invisibles para
nosotros si no les prestamos la suficiente atención.
Durante las prácticas, en las que he tenido la oportunidad
de colaborar en la vigilancia del patio durante algún recreo, he podido
constatar que no se trata de una tarea cansada ni aburrida, sino todo lo
contrario. Es sólo media hora, de vez en cuando, en la que podemos aprender y
disfrutar muchísimo observando discretamente cómo juegan e interactúan nuestros
alumnos, en un contexto más relajado y libre que la propia clase. Pero, por
supuesto, observarlos y disfrutar esos momentos será siempre mucho, mucho más
enriquecedor que hablar del “partido de ayer” o de la boda de nuestra vecina…
¿Cuándo y cómo hay que intervenir?
De nuevo, mis respuestas se basan sobre todo en el sentido
común, y en mi experiencia como alumno y luego padre, tanto como en lo que he
podido aprender durante mis recientes estudios de Magisterio. Personalmente, no
creo que haya que intervenir ante el primer pequeño conflicto aislado que
detectemos entre los alumnos, aunque a primera vista parezca una situación de
acoso. Hay que dejar un pequeño margen de reacción y autocorrección del
comportamiento entre los propios niños, pues, casi siempre, serán ellos los que
solucionarán el problema por sí solos, dejándolo en una pequeña anécdota que
pasará a formar parte de su necesaria experiencia de vida. Pero no tenemos que
dejar de observar por si la situación se repitiera de la misma forma y, con los
mismos roles, por los mismos protagonistas. En este caso, hay que acercarse,
hablar con ellos, conseguir que unos pierdan el miedo y que otros razonen para
comprender por sí mismos lo absurdo e injusto de su actitud hostil con uno o
varios compañeros en concreto. Sé que es difícil, pero hay que intentar no
forzar en caliente “perdones” no sentidos ni razonados adecuadamente.
En una segunda fase, ya en clase, si los alumnos
implicados son compañeros de aula, soy
partidario de buscar la complicidad de todos los niños en la comprensión de un
problema, que no se tendría que producir, y sin buscar nunca cebarse en el
“culpable”, sino todo lo contrario. Hay que darle la oportunidad de rectificar,
evitando que el rechazo a su actitud se transforme en marginación hacia él, que
pueda dar pie a sentimientos de odio y hostilidad mayores hacia sus compañeros,
empeorando así el problema inicial. Así mismo, todos tienen que entender que
esas situaciones no pueden nunca ser “divertidas” para los demás, y hay que
colaborar en que no se produzcan. Lo fundamental es transmitirles los valores
de respeto e igualdad y tolerancia, y habrá que insistir en ello tanto como sea
necesario.
Igualmente, es importante en estos casos trasladar cuanto
antes esa preocupación e interés en solucionar el problema a las familias de
los niños implicados. No se trata de buscar una venganza, ni de demonizar a un niño, ni a sus padres, ni a
un profesional que, por algún motivo, haya podido tardar en detectar una
situación de conflicto. Siempre puede haber matices difíciles de analizar
objetivamente, y no nos podemos olvidar de que lo importante debe ser corregir
y solucionar un conflicto o situación negativa y, si puede ser, transformarla
incluso en una experiencia y aprendizaje positivo para todos.
La semana que viene voy a estar de vacaciones, pero estaré
de vuelta el próximo 27 de julio con un interesante artículo nuevo ... o, al
menos, lo intentaré. Nos vemos pronto.
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