Recientemente ha concluido otro curso especialmente intenso para mí,
no sólo porque ha sido el primero en el que he trabajado como maestro, sino
porque iba a ser, como así ha sido, el curso en el que completara mis estudios
en la Escuela Oficial de Idiomas de Villaverde; mi Escuela.
Han pasado ya muchos años desde el ya lejano curso 1996-1997 en
que empecé aquí 1º de “That’s English” ¡18 años! ni más, ni menos. Claro, lo
primero que le vendrá a la cabeza a cualquiera que lea esta entrada serán cosas
como: “éste debe de ser a little tarugo”, “es un negado para los idiomas” o
muchos otros “etcéteras” similares :-) Pero no (I think :-) En mi defensa puedo
decir que, aunque en estos 18 años transcurridos, de una manera o de otra, me
he sentido vinculado con la Escuela y con el edificio en que se encuentra, sólo
he empleado realmente seis de ellos en hacer los seis cursos de que se compone
la titulación oficial de las Escuelas de Idiomas en Madrid; que, dicho sea de paso, no es así en otras comunidades donde, curiosamente, con igual o incluso superior titulación, siguen siendo cinco cursos. Hubo pues un paréntesis de 12
años entre mis dos primeros cursos de “That’s English”, debido fundamentalmente
a una incompatibilidad de horarios, ya que, a pesar de la flexibilidad de dicho
sistema y la no obligatoriedad de asistir a clase, yo consideraba y considero
la asistencia un elemento clave para la eficacia de este método, que aprovecho para
recomendar efusivamente desde aquí.
Mi reencuentro con la Escuela como estudiante de inglés
Fue en el curso 2009-2010, coincidiendo con el comienzo de
mi segundo curso de Magisterio, cuando me decidí y pude matricularme por fin en
2º de “That’s English”. De esta forma, tras completar los cuatro años de este
método de manera continuada, elegí realizar los dos últimos cursos, de nivel
avanzado, en esta Mi Escuela, como no podía ser menos y ya de forma presencial.
Así, hasta que, ¡cómo no! (había de ser en una fecha importante para mí), el pasado
25 de Junio de este 2014 salieron publicadas las notas que nos confirmaban, a mí y a muchos otros compañeros, que habíamos aprobado nuestro último curso, al menos en mi caso, como un hermoso broche final a una igualmente
maravillosa etapa y experiencia de vida. Ese mismo día que, por cierto, era el
día de mi pentagésimo primer cumpleaños, supe que mi hija había superado felizmente las pruebas
para estudiar Canto en su Conservatorio y, también esa tarde, la vi participar
como pianista en los Teatros del Canal, en la estupenda 3º edición de “Caleidoscopio”…
Sí, ya sé, esa misma noche también
cantaron los Rolling Stones en el Bernabeu, pero eso es otra historia y,
además, yo soy de los Beatles :-)
Mi otra importante vinculación con la Escuela
En este caso, mi vinculación no es con la Escuela de Idiomas
en sí, sino con el edificio y con otros servicios que se prestan o se prestaron
en él. Si hoy soy maestro, en gran parte es porque un día, cuando estaba
comenzando a desesperarme por mi futuro profesional, un año después del cierre
de la empresa en la que había trabajado durante casi cuatro años, mi vida dio
un giro inesperado. A finales del 2003, mi amigo y antiguo vecino Jesús
Serrano, que conocía mi trayectoria y preparación, y que por aquel entonces era
responsable de las TICs y maestro de música del colegio de mi hija, me propuso
al CAP de Villaverde para ser contratado como profesor de un curso intensivo de
Photoshop para los maestros de su cole. Fue un curso muy breve, tan sólo de
unas pocas horas, pero supuso para mí un punto de inflexión en mi carrera
profesional. La experiencia, más positiva de lo esperado, y mi toma de contacto
con el colegio, jugaron un papel fundamental, primero para que comenzase a ser
profesor de los cursos de Formación Ocupacional de la Comunidad de Madrid y,
segundo, para que, varios años después, tras la privatización de dichos cursos,
me decidiese a estudiar Magisterio. Pues bien, el antiguo CAP de Villaverde
estaba precisamente en la primera planta del edificio de la Escuela de Idiomas,
enfrente del aula de informática. Aquel día de 2003, tan nervioso como
ilusionado, firmé en aquel despacho mi primer contrato como docente. Para rizar
el rizo diré que, de esta forma, me estrené
como profesor dando clase a los maestros de colegio de mi hija, el
colegio “Ramón Gómez de la Serna”, en el que, tanto Jesús como yo, habíamos
estudiado también de niños.
Unos profesores excelentes
Especialmente mis dos últimos cursos en la Escuela de
Idiomas de Villaverde, mis compañeros y yo hemos tenido la gran suerte de tener a Eva Monteagudo como profesora, a la que siempre le tendremos que agradecer su
labor. Me consta que en eso coincidimos Todos. Ni siquiera en privado, en esos
momentos en que en otras situaciones suele haber siempre algún alumno discordante,
que critica de alguna manera a su profesor, he podido oír jamás algo negativo
sobre ella, sino todo lo contrario. Cuando el curso pasado, basándome en el que
probablemente es mi mejor y más popular artículo, elegí como tema para mi
presentación oral, “Las cualidades para ser un buen maestro”, expliqué que la
mayor parte de dichas cualidades podían ser también atribuibles a cualquier
docente en general y que, aunque era difícil poseer todas de entrada, esas
deberían ser el referente que cualquier maestro o profesor tendría que tener
como meta. Ahora, si alguno de mis compañeros me preguntara cuáles son esas
cualidades, lo tendría muchísimo más fácil: simplemente, le tendría que decir
que no tiene más que pensar en las cualidades docentes que Eva ha demostrado
cada día con nosotros, con su alegría y con el entusiasmo con el que nos ha
preparado y ha sabido siempre motivarnos…
Igualmente quiero mencionar y agradecer a Javier Rodrigo su buen
trabajo como docente. Fue mi profesor en
4º de “That’s English” y, a pesar de mi memoria de plancton, que no de pez, que
me impide recordar muchos detalles al cabo de un tiempo, sí que recuerdo que
hizo igualmente un excelente trabajo, no sólo preparándonos de forma muy eficaz
para pasar las Pruebas de Certificación, sino colaborando también a motivarnos
día a día en el estudio y el disfrute de la lengua inglesa. Y lamento, por
último, no acordarme del nombre de mi profesora de 3º, también excelente,
aunque sí que recuerdo su método de trabajo, comenzando cada clase animándonos
a comentar las noticias más recientes, soltándonos la lengua y animándonos a
hablar y comunicar en inglés a la mínima oportunidad.
Unos compañeros inolvidables
En este caso, la emoción sincera me hace ser breve y, si no
menciono nombres, es porque tendría que mencionar a casi todos, al menos a mis
compañeros de los últimos tres cursos… y no exagero. El tipo de alumnado de la
Escuela, gracias a la enorme diversidad de nuestras profesiones y estudios, sin
duda se presta a ello. Todos o casi todos adultos y jóvenes a un tiempo (unos más que otros, en ambos casos :-) cada uno con su vida y sus problemas cotidianos, compartiendo actividades
y pequeños encuentros y conversaciones en clase un par de veces por semana, con
cortas pero ricas e intensas charlas en los descansos y antes y después de las
clases, prolongadas en muchas ocasiones en el camino de vuelta a casa. Compartir
estos momentos con unos compañeros como ellos, en una etapa de mi vida tan
difícil como motivadora, para mí ha sido algo simplemente entrañable y
maravilloso…
Un mural de todos
Y entro en el apartado final de este artículo, que es el que
se refiere a nuestro muro; ese muro de color y comunicación en el que todos los
miembros de la Escuela hemos podido dejar nuestra huella, o al menos esa era mi
intención. Cuando se convocó el Concurso de Ideas para un Mural Reciclado en la
Escuela de Idiomas de Villaverde, debo admitir que me encontraba bastante
agobiado como para comprometerme a hacer algo decente. Como artista, para bien
o para mal, soy bastante perfeccionista, quizá demasiado, y nunca me gusta
hacer algo para “salir del paso”, así es que, muy a mi pesar, y a pesar de la
confianza y la insistencia de mi profesora, Eva, y de algunos compañeros,
decidí no presentar ninguna propuesta. Pero, parece que tenía que ser así, al
final, el plazo de entrega se pospuso hasta el 18 de febrero, y tengo que
agradecer, sobre todo a Eva y a mis compañeros del curso pasado, Enrique y Luis, que
por fin me convencieran para que participase en el concurso. Me puse de nuevo el
chip de artista y diseñador, y estuve todo un fin de semana disfrutando y trabajando
en diversas ideas, casi como en una primera fase del concurso, en el que yo mismo
iba a ser el creador y mi propio jurado, antes de presentarlo. Y así, una idea se fue imponiendo con
diferencia sobre las demás; la idea de que yo no fuera el único artista creador
del mural, sino que lo fuéramos por igual todos y cada uno de los miembros de
nuestra Escuela: alumnos, profesores y el resto del personal que trabaja en el
edificio. Y con esta semilla inicial, surgió la idea de utilizar los tetrabricks
que, a modo de ladrillos de color y palabras, permitirían la participación
individual de todos.
Y este será el tema de mi próximo artículo, a modo de
continuación y epílogo de este pequeño homenaje, en el que presentaré con
detalle la fundamentación del proyecto, desde el proceso de diseño hasta una
breve secuencia fotográfica de su evolución y desarrollo.
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