De nuevo vuelvo a expresarme como padre, que soy, y como
maestro que quiero ser y que soy aún todavía sin serlo… Nos encontramos ante lo
que muchos consideramos uno de los mayores problemas en la educación actual de nuestros hijos y
alumnos. Lamentablemente está demasiada generalizada la tendencia a echar la
culpa a la otra parte, sin fijarnos en nuestros propios errores:
“Que mi hijo no quiere hacer los deberes…”; “eso es porque
el maestro no le motiva lo suficiente, explica muy mal y además es muy mayor, o
muy joven, o todo lo contrario…”. Por supuesto, no tiene nada que ver el hecho
de que prefiera estar toda la tarde viendo la televisión, antes de coger la
Playstation, “lógicamente” para “descansar un rato”, que “bastante habrá
trabajado el pobre todo el día en el colegio”…
“Que mi alumno no ha hecho todos los deberes…”; “seguro que
es por culpa de los padres, que le han ‘enchufado’ a la tele a la mínima
oportunidad, para que les dejen en paz y no les pregunte ‘impertinencias’… “.
Por supuesto, no tiene nada que ver el que yo, su maestro, me haya podido exceder hoy
mandando deberes, o que no me haya preocupado lo más mínimo de individualizar
un poco las tareas… ¡faltaría más!
Bromas aparte, está claro que esto son sólo dos situaciones
y reacciones “aparentemente extremas”, pero, desgraciadamente, se acercan mucho más a la
realidad de lo que sería conveniente. Qué fácil resulta “ver la paja en el ojo
ajeno”… Si realmente queremos que el proceso educativo se lleve de la manera
más eficaz posible, es totalmente necesario que haya una comunicación fluída
entre padres y maestros. La confianza y colaboración entre ellos ha de ser
absoluta desde los primeros momentos y, sobre todo, humildad, mucha humildad
por ambas partes. Da lo mismo que los padres de nuestro alumno sean abogados o
arquitectos de prestigio, o los fruteros de la esquina; a ambos les debemos el
mismo respeto y, muchas veces, nos podríamos sorprender de cuáles son los
mejores padres. Por la misma regla de tres, habrá quien, con sus Masters y
triples licenciaturas subestimen el trabajo y la profesionalidad de los
maestros, “pobres diplomados”, sin valorar la importancia de su preparación, y
de su labor y entrega en la educación integral de nuestros hijos.
Contacto continuo
Como maestros, desde el primer momento del curso tenemos que dejar totalmente claras cuáles son las distintas formas para que los padres contacten con nosotros. Además de las imprescindibles tutorías trimestrales y de los horarios semanales de tutoría, en que los podemos recibir, no tenemos que tener ningún miedo o reparo al correo electrónico. Muchos maestros tienen miedo, con parte de razón, a que se pueda llegar a hacer un abuso de esta forma de comunicación con ellos, y que curso tras curso vaya creciendo el número de personas que tenga nuestro correo electrónico; pero esto se puede solucionar de forma muy eficaz, creando una nueva cuenta de correo para cada curso o ciclo en que nos encontremos: mi_direccion_2012_2013@gmail.com, mi_direccion_2013_2014@gmail.com, etc.
Como padres, no deberíamos tener este problema, pues son
pocos los maestros y, menos aún, los tutores que van a tener nuestros hijos; y
sí, los maestros son importantes, tremendamente importantes, pues en sus manos vamos a dejar
nuestro más preciado tesoro, y es necesario que confiemos en ellos y en su
función educadora.
Los niños son niños
Tristemente, ovejas negras, siempre las ha habido y las
habrá en cualquier gremio, y no va a ser menos en el de maestros o incluso
entre los padres. Sería absurdo mentir sobre esto. Pero hay que partir de la
base de que siempre serán excepciones y nunca la norma. Ni unos ni otros
debemos partir de lo contrario. Por ello, cuando los niños sean reprendidos en
clase por algo, y tengan miedo a ser aún más reprendidos por ello en casa, no
es disparatado que cuenten las cosas “a su manera”, y provoquen enfrentamientos
que nunca deberían provocar, al menos de entrada, entre padres y maestros. En
estos casos, SIEMPRE tenemos que contrastar con los maestros lo que nos digan o
cuenten nuestros hijos. No es que los niños, nuestros hijos, sean mentirosos por naturaleza,
es que son niños, y son y han de ser “imaginativos”, y si, tras contrastar el
tema, les pillamos en un renuncio, sencillamente,
hay que hacerles ver que eso está mal, elegir un castigo equilibrado, y seguir
trabajando en equipo con el maestro.
En definitiva, si mantenemos esa comunicación por la que
abogo desde el principio del artículo, no sólo será muy fácil evitar malos
entendidos entre padres y maestros, sino que también sería más fácil detectar una hipotética actitud poco profesional o irresponsable por parte de
cualquiera de ellos, sobre la que hubiera que tomar otro tipo de medidas que,
afortunadamente, casi nunca son necesarias.
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